¿Gana usted en los juegos con sus perros? ¿Pasa usted delante de ellos cuando salen por la puerta de casa? ¿Come antes que su mascota?
Muchas son las informaciones o programas de televisión que nos hablan de que la dominancia, el ser “alfa”, es el modo correcto de comunicarnos con un perro para adiestrarlo y entenderlo. Como los anteriores, hay varios ejemplos que se dan a diario en familias que tienen mascotas, que en demasiadas ocasiones llegan a la agresión física por parte de los dueños para dejar claro “quién manda en casa”. Este tipo de conducta no tiene por qué ser únicamente golpear al animal, ya que podemos considerar agresión también dar un “simple” tirón de correa. Incluso un grito hacia el perro cuando su comportamiento no es el deseable, es un abuso de poder.
Pero nada podría estar más lejos de la realidad. La etología ha demostrado que la “dominancia” se genera en los perros cuando se encuentran en situaciones de cautividad. Se trata de un comportamiento que se da en circunstancias donde es necesario competir, es decir, cuando escasean los recursos; y que además suelen producirse en grupos artificiales, no en grupos en libertad.
Por ejemplo, si nuestro perro percibe que debe competir por algo como un espacio, un juguete, comida o cariño cuando en realidad hay abundancia de ellos, deberíamos preguntarnos de qué modo le podemos ayudar a entender la situación como realmente es, y no empeorarla generando más tensión.
No hay que olvidar, además, que la naturaleza de los perros es ser animales sociales que buscan colaborar con los miembros de su manada o familia. Es decir, nuestro perro no está urdiendo un plan secreto ni conspirando para apoderarse de un determinado territorio u objeto. De hecho, los perros domésticos suelen buscar una vida sencilla, y tener sus necesidades cubiertas, entre las que no sólo se encuentran comida y cariño, sino también descanso. Al fin y al cabo, su naturaleza es “hacer el perro”.
Hay que tener en cuenta estos factores a la hora de explicar por qué se utiliza erróneamente el término “dominante”. Cuando calificamos a un perro de esta manera, no es porque busque la supremacía, sino porque tiene, normalmente, un nivel alto de estrés, consecuencia, por ejemplo, de una mala socialización.
En este caso, el animal no sabe cómo comportarse con sus congéneres, no encuentra su sitio en su entorno. Suele ser porque no conoce las “reglas del juego” (o señales de calma), lo que le provoca inseguridad y causa, en muchas ocasiones, las reacciones agresivas. Hay otros factores que pueden producir agresividad en los perros, como por ejemplo los ambientales, genéticos, fisiológicos, motivacionales, instrumentales o patológicos.
De hecho, según el estudio “Dominance in domestic dogs—A response to Schilder et al. (2014)”, “es muy peligroso usar el concepto de dominancia para apoyar cualquier tipo de técnica, ya sea para adiestramiento básico o para la resolución de problemas de conducta”.
Es importante, en este punto, recordar que en la naturaleza del perro no está la búsqueda de conflicto, sino más bien lo contrario, evitar ese tipo de situaciones o pararlas.
Así pues, lo importante en una relación humano-perro o perro-perro no es quién domine la situación, sino quién tiene la templanza y la energía como para ser un buen líder, para poder aprender conjuntamente y disfrutar de una relación sana.